Por Antonio Aguilera, SJ
I
Corrían los vientos de inicios de mayo, en los que algunas nubes aparecen en el cielo para augurar la lluvia jalisciense. Lluvia muy ansiada no solo por el calor que tiende a desesperar a muchos, sino por los campesinos que desean ver fructuosas sus cosechas y por los pescadores que ven con impotencia secarse las lagunas. Las acacias imponían sus flores rojas junto al morado de los guayacanes en la plaza frente a la Catedral basílica de la Asunción de María Santísima de Guadalajara. Había quedado en verme con mi buen amigo y experto en economía, Gabriel. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Cada uno tomó rumbos distintos después de la universidad. Él se dedicaba a dar conferencias sobre economía, al mismo tiempo que dirigía una empresa personal de ebanistería, la cual se dedicaba a elaborar cajitas artesanales para botellas de vino. Se había convertido en un hombre admirado y, de continuo, le invitaban a colaborar en debates radiofónicos sobre realidad internacional y a dar cursos para estudiantes de negocios en distintas universidades de México. Sin duda, era alguien reconocido. Mi rumbo fue un tanto más modesto, pues decidí dedicarme por entero a la literatura. Cuando estudiaba tuve la oportunidad de dedicarme a la lectura asidua de los autores más renombrados de la literatura universal y, específicamente, de la latinoamericana. Y, una vez me gradué, además de dar clases en un colegio, dediqué mi tiempo libre a leer y escribir. Lo he disfrutado hasta hoy. Y no me arrepiento.
Sin embargo, nunca le perdí el rastro a Gabriel. Leía sus artículos cada vez que publicaba algo en el periódico o veía sus entrevistas en YouTube. Siempre vi a la economía como la principal causante de esta sociedad consumista y deshumanizada. Muchos de los autores que leía la despreciaban y, de hecho, me transmitían ese aborrecimiento, a veces honesto, por la falsedad de los anuncios de televisión y el aparato de publicidad que atiborra las calles, las estaciones, los aeropuertos, los centros comerciales, las carreteras… en pocas palabras, todo, todo, todo. Y, con justa razón, en muchas ocasiones renegué de estar rodeado todos los días por esta atmósfera de materialismo que provocaba en la gente un ansia desenfrenada por comprar. Hasta que un día me pregunté, ¿debo aborrecer esto sin más?, ¿existe la posibilidad de encontrar algo bueno en esta realidad?, si mi mejor amigo entrega su vida a esta causa, a todas luces desvirtuada, ¿valdrá la pena preguntarle por qué lo hace?
Entonces lo contacté. Le escribí un correo. Para satisfacción mía él me escribió un texto considerablemente extenso, en el que se alegraba por saber nuevamente de mí y, sin dudarlo, aceptó mi invitación para encontrarnos. En ese momento se encontraba recorriendo Centroamérica. Pero me dijo que en una semana regresaría a Guadalajara. De manera que, sin tantos rodeos, le dije que nos viésemos un viernes por la tarde en El Arte, Restaurante Café.
II
– ¡Qué alegría verte de nuevo, Gabriel!
– Créeme, Carlos, que la alegría es totalmente mía. No te imaginas cuánto esperé a que llegara este momento.
– Ah, quién diría, ahora tan sentimental. No pareces aquel universitario tan enfocado en los estudios que hasta las novias lo dejaban por preferir las estadísticas.
– El tiempo lo cambia a uno, amigo. ¿Me dirás tú que no has cambiado?
– No puedo decirte lo contrario. Todos cambiamos, un poco, para bien o para mal, pero cambiamos.
– Así es. Ahora dime, ¿ya te has reconciliado con la economía o la sigues crucificando con tus teorías extremistas y conspirativas?
– De eso precisamente quiero hablarte, como te lo dije en el correo. Considero que tú eres la persona indicada para hablar de este tema.
– Espero ser el indicado.
– Y ahora hasta humilde eres. ¡Por Dios! Deja esa falsa modestia.
– Que no es falsa modestia. El dinero te suele hacer más humano.
– ¿Qué has dicho?
– Jajaja, es muy fácil hacer que te sobresaltes. Solo bromeaba. Te conozco y sé cómo hacerte cambiar el rostro.
– Pues sí que me conoces. Ahora quiero ir al grano.
– Al parecer te interesa mucho el tema.
– Arrastro muchas preguntas desde hace tiempo. Y quiero conocer tu opinión. Aunque te leo y te escucho por internet, quiero escuchar tu palabra de profesional y amigo.
– Adelante, soy todo escucha.
III
– Agradezco tu disponibilidad. Y quiero precaverte de algo, esta plática durará varias horas.
– Adelante que por ti lo vale, querido Carlos.
– Como sabes soy amante de la literatura y he encontrado en mis lecturas ciertas consonancias del pasado con el presente. Por eso, mi primera pregunta estará referida a la relación existente entre la época del medioevo y la actual. He encontrado que en aquel tiempo las deudas se heredaban por generaciones familiares. Y, hoy día, esas generaciones familiares se han convertido en los estados, cuyas deudas externas son ingentes y, para desgracia de todos, eso tiene implicación en la población en general. Tú, ¿qué piensas?
– En efecto. Así es. Actualmente los gobiernos de muchos países tienen deudas grandísimas y necesitarían muchísimos años para poder pagarlas. Cosa de verdad imposible, cuando el PIB puede ser bajísimo y, agregando que no faltan aquellos gobernantes que hacen fiasco con el dinero del pueblo y lo poco que pueda generar un país lo esconden en sus bolsillos.
– Exacto. Es deplorable. Y no solo eso, además concesionan territorios y prefieren darles entrada a las transnacionales en lugar de apoyar las empresas autóctonas.
– Tú lo has dicho, es deplorable. Y como bien lo has apreciado, seguimos en cierta manera dando continuidad a lo que sucedía en aquellas épocas. Pero, te pregunto, si has visto esto ¿has pensado también en alguna solución?
– Ciertamente, no. Y me resulta complicado. Me descubro tantas veces gritando el discurso de muchos: “!a la mierda los políticos!”, “!a la mierda los economistas!”, “!a la mierda esta sociedad que oprime y relega a los vulnerables!”. Pero luego, reflexiono y me digo: “Es cierto, la mayoría de los políticos son corruptos, muchos economistas prestan su saber para favorecer a los poderosos y la sociedad parece ignorar a los que sufren, pero ¿qué debo hacer yo y los demás para que esto cambie?”. Pero no encuentro una respuesta. Y me duele tan solo preguntar y no tener respuestas.
– Te felicito, amigo. Ese es el primer paso para encontrar las respuestas, buscarlas. Y es que ese es el problema: no aportamos soluciones. Vivimos rodeados de personas que critican y juzgan sin ir al fondo de la situación. Y lo que sucede es que es más bonito ser escuchado por gritar una consigna que ser un hombre anónimo, pero que busca soluciones y las genera de a poquito actuando con honestidad en lo que hace.
– ¿Cómo es eso?
– Aparentemente es algo sencillo, pero como ves, es difícil. Permíteme ilustrar esto con una anécdota. Hace menos una semana me hallaba en Honduras. Tú me conoces y sabes que yo disfruto mucho de salir a las calles y escuchar el discurso de la gente. La situación que vive el país desde hace muchos años es complicada, al igual que muchos de nuestros países latinoamericanos. Un presidente que se procuró el poder dos veces, que ha vendido los recursos del país, que descuida la educación, etc. Muchos jóvenes preparados, con mucho talento, pero con escasas oportunidades para sobresalir y desempeñarse en lo que son profesionales. Una mañana, caminaba por el parque central, frente a una estatua de Francisco Morazán. Me senté en una de las bancas. Un señor fumaba a mi lado. Me miró con absoluta confianza y preguntó: “¿Usted cree en el mañana, señor?”. Yo callé por un rato. Lancé una mirada a la cúpula de la catedral rodeada de palomas y le dije: “Creo”. Y, me preguntó otra vez: “¿Por qué cree?”. “Creo porque la vida se regenera. La naturaleza nos lo enseña muy bien”, le dije. “Y ¿qué pasa cuando quienes nos gobiernan no dejan que la naturaleza actúe como debiera?”, me insistió. “Quienes nos gobiernan no tienen el poder de detener la naturaleza, si el resto del pueblo, que somos más, no dejáramos que lo hicieran. El problema es que depositamos todos nuestros anhelos en ellos, cuando nosotros tenemos el poder de generar vida si hacemos bien lo que nos toca y exigimos nuestros derechos”. El señor siguió fumando y, después de algunos segundos, me dijo: “Cierto, señor. El problema es que nosotros no queremos hacer nada pa´ que la cosa cambie. Solo mírese a usted y míreme a mí, aquí hablando pendejadas en lugar de hacer algo productivo”. Los dos reímos y conversamos sobre otros temas.
– Y ahora míranos aquí, haciendo lo mismo: hablando pendejadas sin aportar soluciones.
– Jajaja. No te preocupes, hay un momento para todo. No podemos pasarnos toda la vida aportando. Necesitamos tiempo para los amigos. Pero lo que quería transmitirte es que no podemos vivir echando la culpa fuera, como si nosotros no tuviéramos parte en los problemas de la sociedad.
– Tiene sentido lo que dices. De hecho, el mismo Aristóteles sugirió que para que la ciudad gozara de una vida buena, era necesario que se buscara el bien individual, el bien de la familia, de la comunidad y el de todos. Pero esto solo se logra procurando los medios, según él. Y hasta da parámetros poblacionales, territoriales y analiza los recursos necesarios que harán desarrollar a la ciudad. Obviamente, es debatible su visión sobre la naturaleza de los esclavos (quienes debían ser además los agricultores). Opinaba también que debía existir actividad comercial; pero que esa era una actividad a la que no debería dedicarse el ciudadano, es decir, la persona honorable.
– Aristóteles ciertamente vio esa necesidad. No ignoró que el desarrollo de una nación depende en gran parte de los recursos que genere. Y a la actividad comercial la llamó crematística. Sin embargo, como tú lo dices, su visión es debatible. ¿Por qué llamar indigna una actividad sin la cual no podría crecer la ciudad?, ¿dicha actividad no es la que proporciona también el alimento? Si para él hubiese sido algo tan bajo, no entiendo por qué sugirió, incluso, la necesidad de exportar aquellos productos excedentes e importar los que no se poseen.
– Es complicado. Y, ¿qué debemos hacer, entonces: seguir la visión aristotélica y adorarla o cuestionarla?
– Ninguna visión debe ser adorada, Carlos. Más bien, toda visión debe ser objeto de análisis. De hecho, solo cuestionando dichas teorías es que vamos encontrando las mejores formas de actuar, de acuerdo con las circunstancias de tiempo, personas y lugares.
– Muy bien, ahora demos un salto a varios siglos adelante y dejemos a los griegos descansar en su Olimpo. Te pregunto, Gabriel, ¿cuál crees que sea el aporte que nos dejan los estudios de macroeconomía y microeconomía?
– En primer lugar, debo decirte que si esos términos existen es precisamente porque en algún momento de la historia surgieron fenómenos que posibilitaron la existencia de estos. Con el paso del tiempo, la capacidad de comercialización se fue acrecentando. Si bien es cierto, el siglo XVI fue una explosión de comercio ya mundial, pues Europa explotó recursos en África y en nuestro continente. Propició la venta indiscriminada de esclavos, los embarcaron a trabajar aquí en las minas y en los cultivos. Las especies asiáticas cruzaron los océanos. Y, con el tiempo, fueron surgiendo las empresas, cuya colaboración entre varias personas con un mismo fin acrecentó ganancias y proliferó el comercio. Hubo sangre, dolor y explotación deshumanizada, debo decirlo con un nudo en la garganta. Pero fue así. Vinieron las independencias respecto de los países europeos y las naciones procuraron tener una economía propia. No podemos ignorar que la revolución industrial tuvo mucho que ver en esto. Inglaterra fue el centro pujante mundial del crecimiento industrial. Con los años dicha industria surgió y creció en muchas partes del globo. Es así como la macroeconomía, un término más bien actual, se convierte en el área de la ciencia económica que analiza el funcionamiento económico de un país como un todo, e incluye la relación entre dos o más países. Y la microeconomía, como ya lo habrás imaginado, analiza el comportamiento de los agentes económicos en cada mercado, estudia cómo se determinan los precios y las cantidades como resultado de las relaciones entre empresas, consumidores, industrias e instituciones a nivel de mercados particulares. Sin ellas el comercio no estaría estratificado y sería imposible lograr un orden que beneficiara el desarrollo micro y macro.
– Muy bien, ya me has dado un panorama histórico y me has explicado estos dos conceptos. Pero, sigo con mis interrogantes: ¿en verdad esta conceptualización beneficia a las mayorías?, ¿no crean estos términos los empresarios poderosos para agigantar sus ganancias y condenar al microempresario o comerciante de a pie a no crecer como productor y vivir bajo la sombra de los grandes?
– No puedo negar que es larga la lista de personas que han utilizado sus conocimientos para favorecer a los poderosos y con sus libros, aparentemente bien fundamentados, han hecho creer a la gran mayoría que lo que dicen es la verdad encarnada. Sin embargo, te devuelvo otra pregunta: consientes del imparable devenir sujeto a cambios y necesidades, ¿es posible quedarnos estancados y no generar nuevos conocimientos que estudien los fenómenos que surgen?
– Es posible, pero no es lo mejor.
– Y si lo mejor es que surjan nuevos conocimientos, ¿nuestra posición debería ser la de dejar de analizar?
– No debería ser esa nuestra posición.
– Muy bien, entonces, Carlos, como ves la economía necesita ser analizada por sí misma. El mundo necesita alimentarse, crecer, producir… y más aún hoy con el crecimiento poblacional vertiginoso que vivimos. Las ciudades se acrecientan y más personas vienen al mundo. Todas, absolutamente todas necesitan alimentarse. ¿No es por ello pertinente crear espacios de reflexión para que busquemos las mejores formas de organización de producción y distribución?
– No puedo decir lo contrario.
– Bien, permíteme ahora, hablar de Schumpeter, uno de los grandes analistas de la economía del siglo XX. Él aseguraba que, no es fácil hablar del análisis económico. Entre otras cosas, porque muchos datos están expuestos a la duda. Percibió la necesidad, no solo de conocer las investigaciones actuales, sino las que dejaron los antiguos pensadores y no hacer caso omiso de sus planteamientos. Quiso dar el carácter de ciencia a la economía. Y fue él quien dijo que ésta permite el análisis de sí misma, para evitar sesgos ideológicos, muy comunes, como el de la tendencia de mucha gente a exaltar los intereses y acciones de aquellas clases “que están en condiciones favorables”.
– ¿Y tú consideras, como Schumpeter, que la economía debería ser una ciencia?
-Pues, mira, aunque veo la necesidad de ver a la economía como algo en extremo necesario para avanzar de la mejor manera, tampoco caigo en la visión, a mi parecer errada, de que “la economía es una ciencia apasionante y de una amplitud que le ha merecido ser reconocida como la madre de todas las ciencias”. La economía debe tener un sitio privilegiado como objeto de análisis; pero, no es lo que determina todo. De hecho, si se le diera demasiada importancia, como sucede muchas veces, el mundo estaría lleno de gente que no aspiraría a más que a producir dinero, cuando hay necesidades humanas más vitales que esa y a analizar solamente los fenómenos de producción y distribución. Pero hay otros aspecto en los que debemos detenernos como la búsqueda de una vida buena, el cultivo del arte, el cuidado de la familia, la educación y, por qué no, el cuidado espiritual. ¿Sabes que Schumpeter dijo algo interesante sobre este punto? Él afirmó que “los factores religiosos y filosóficos no ejercen influencia sobre el instrumental que el economista utiliza ni sobre los teoremas que elabora”.
– Me resulta interesante lo que dices. Pero quiero ahora que veamos un asunto que me inquieta, al igual que los anteriores. Si la cantidad de personas dedicadas a la economía actualmente es grande ¿por qué seguimos viviendo crisis tremendas, con desigualdad y una distribución irracional de la riqueza?
– Nunca hemos dejado de vivir crisis. La historia del ser humano es la historia de la vivencia y superación de crisis continuas, personales y comunes. Pero ¿qué puedo responderte? Haré referencia a lo que dice Kaletsky, un autor interesante. Él se pregunta si hombres eminentes como Adam Smith, Keynes o Schumpeter eran economistas. Para él, ellos simplemente fueron comentaristas. Y que los supuestos economistas en realidad, “no solo han fracasado como profesión, en guiar al mundo para salir de las crisis, sino que fueron responsables fundamentales de habernos arrastrado a ella”.
– Y ¿de qué me sirve lo que me dices? Solo has afirmado lo que dije.
– No te desesperes, amigo. Aquí viene lo importante, autores como Kaletsky, preocupados por la economía, ayudan a evidenciar las verdades ocultas. Si nadie dijera cosas como las que él dice, nadie se preocuparía por buscar ser profesionales virtuosos y comprometidos con la sociedad.
– En eso tienes razón. Pero es complicado a la vez. No entiendo cómo es que los seres humanos estamos aquí para crear, meternos en laberintos y para buscar las soluciones a los mismos. Pareciera que vivimos para complicarnos la existencia y encontrar como complicárnosla menos. ¿No te parece una locura?
-Verdaderamente es una locura, pero, a esto estamos destinados. Lo cierto es que disfrutan más de la vida quienes se aventuran y arriesgan, que quienes permanecen atrincherados en sus seguridades y no luchan por nada. Y sabes, en ese sentido admiro a Marx. Él se aventuró, en medio de una época donde estar de parte del obrero era buscar la muerte, a dar a conocer las injusticias de su tiempo. No tuvo máscaras al momento de decir que los obreros fueron expulsados de sus tierras y se vieron obligados a vivir como vagabundos. Vagabundos que sufrían, después, al ser tildados de delincuentes, al castigarlos cortándoles partes del cuerpo o hasta ahorcarlos. Desveló las actuaciones burguesas, que implementaban su poder para regular los salarios chantajeando al Estado y mantener a los trabajadores en el grado de dependencia absoluta. Sin embargo, y a pesar de todo este esfuerzo, me sigo preguntando, amigo, ¿por qué si Marx y toda la prole de seguidores que apoyaron sus teorías pusieron en evidencia toda esta estratagema corrupta, aún hoy seguimos padeciendo explotación y opresión? Tal vez no como en aquel tiempo, pero sí con otras tonalidades. Los trabajadores de maquilas, por ejemplo.
-La gran labor de Marx fue la de ver aquello que otros no veían, o que lo veían, pero se hacían los pendejos. Se requirió valor, como tú dices. Sin embargo, lo que estaba pasando era producto de todo un proceso histórico que se había procurado avanzar para llegar justamente a ese punto. Ahora que lo estaban viviendo y el desarrollo estaba llegando, las empresas no tenían tiempo para regular o equilibrar el trabajo con la dignidad humana. Lastimosamente muchos y muchas padecieron la incomprensión de vivir en un siglo donde la fuerza y la energía del hombre y la mujer era un objeto, un medio para generar riquezas. Y riquezas para unos cuantos. Marx fue la voz de quienes no podían hablar estas cosas. Y desde él, nadie pudo ver las cosas de la misma manera. Y eso trajo rebeliones y luchas contra los explotadores ricos. Pero tú me preguntas por qué seguimos viviendo en una sociedad así, nada más que con otros colores. Pues, amigo, resulta que el desarrollo es casi imparable. Los países más ricos no se han detenido en su afán de producir y acrecentar su poder. Incluso naciones devastadas como el mismo japón que, después de estar sumido en la miseria con el desastre de la bomba nuclear, entró en una etapa de reestructuración y hoy día es una potencia. De hecho, la mayor parte de los países del mundo aspiran a ser parte de esta economía global y fortalecer sus empresas, ser productivos e incentivar la tecnología. Y ¿para lograr eso no se necesitan personas trabajando? Pues bien, el gran problema del hombre actual es que nuestro horizonte está únicamente pintado de desarrollo, lujo, comodidad, tecnología… otros aspectos de la vida tan importantes como el amor, la austeridad, la paz o el cultivo espiritual han quedado sepultados. El ruido y la prisa nos devora. La pregunta no debería ser por qué seguimos viviendo así, sino más bien: ¿por qué, concretamente, no hay -o hay muy pocas- personas que hagan frente a este estilo de vida deshumanizado y propongan soluciones?
-Quizás sí existen esas personas, pero el sistema las opaca. O, tal vez, la resignación es ya universal y todo está encaminado a empatar con la globalización. Y surgirán teorías, se propondrán vías; pero ¿no estamos ya montados en este barco que comandan Estados Unidos, China, Rusia y todas las potencias? El mundo entero parece girar alrededor de ellos. ¿Quién se atreverá a decir estas verdades?
-Carlos, no soy católico como tú, pero el Papa actual ha dicho cosas muy interesantes sobre esto. Él dijo que prefiere una iglesia manchada y en salida, que una iglesia quieta y cómoda. Y, pienso que lo ha hecho patente en su forma de llevar el pontificado.
– Ah, ¿tú lo crees? A ver, sigue.
– Claro, no es necesario ser católico para admirar los gestos de alguien preocupado por la humanidad. Pienso que él representa ese anhelo de mucha gente a lo largo de la historia por vivir en una Iglesia inclusiva y preocupada por la suerte de los más desfavorecidos, en lugar de centrar sus acciones para beneficio de las cúpulas. Esa última encíclica que sacó, Fratelli Tutti, es un texto hermoso de humanidad. En ella apuesta por la hermandad como cualidad incuestionable para la unión de ánimos y modificar, así, nuestras actitudes de egoísmo y acaparamiento desenfrenados. Se dirige con especial atención a los líderes políticos.
– No puedo estar más de acuerdo contigo. Al fin un punto en el que conectamos con empatía total.
– Sin embargo, quiero hacerte caer en la cuenta de algo.
– Dime.
– Veo que te admiras de que yo vea aspectos positivos en aquellas cosas que para ti son sustanciales. Sin embargo, si yo veo eso bueno en aquello que no es sustancia para mí, ¿por qué tú no podrías ver más cosas positivas en aquello que para ti no es sustancial pero sí para otros?
– No había reparado en lo que dices.
– Te lo digo porque seguramente tú siempre te preguntaste por qué yo me entregué a una actividad que es muy criticada y a la vez desprestigiada. Pero nunca, tal vez, te detuviste a revisar la importancia que puede tener esta actividad.
– Me duele lo que dices, Gabriel.
– Sé que te duele, pero es la verdad. Era necesario que te lo dijera. Tampoco estoy haciendo proselitismo economista; pero, no me vendría mal un poco de apoyo en lo que hago de parte de mi mejor amigo. Todos buscamos la manera de realizarnos como personas y nuestro trabajo es aquello que nos permite fusionarnos con el anhelo universal de felicidad. Y aunque cada uno posee una visión distinta, es necesario que así sea, para enriquecernos con la opinión de otros.
– Debo decirte que, ahora más que nunca, no tengo duda en que este encuentro era necesario. Veo con más claridad que las razones que te movieron a dedicarte a la economía, están fundamentadas en las mismas razones que a mí me movieron a entregarme a la literatura: ser felices en lo que hacemos y aportar de lo nuestro al mundo.
– Y yo debo agradecerte, de todo corazón, el hecho de que me hayas escrito para que compartiéramos como no lo habíamos hecho antes. Ha valido la pena y puedo decirte que estas más de cuatro horas que han pasado aquí sentados en este café son las mejores que he pasado con un amigo.
– Gracias a ti, más bien, por aceptar. Sabes que nuestra amistad vive a pesar de la distancia y de los caminos bifurcados.
– Lo sé. Y tengo la esperanza de encontrarnos nuevamente en el futuro.
– Verás que así será. Y ojalá sea de esta misma manera, con espontaneidad.
IV
En ese momento sonaban las últimas notas de la canción Paradise, de Coldplay. Las mesas de al lado, todavía llenas de risas y conversación, fueron testigos anónimos de la despedida de aquellos amigos que, aunque no eran los jóvenes beligerantes y revoltosos de antaño, todavía conservaban en su sonrisa esas ganas de echar pa’lante y disfrutar de la vida, en medio de los embates y luchas. Las carrozas de caballo coloridas se disponían a dar un paseo por los rincones más emblemáticos del centro Guadalajara a los turistas vespertinos y los ancianos gustaban de la tarde viendo el agua espumosa de la fuente en el medio de la plaza, con los niños metiendo sus manos para refrescarse, llenos de alegría. Cada uno se marchó por un extremo distinto. Lo cierto es que aquella plática que mantuvimos, en medio de nuestras diferencias, hiso vida esa frase que rezan las canteras del Teatro Degollado, bajo el mármol de Apolo y las nueve musas: “QUE NUNCA LLEGUE EL RUMOR DE LA DISCORDIA”.