Kant y la libertad

En el presente texto me propongo desarrollar un juicio sobre la siguiente afirmación de Eduardo Vásquez: “La filosofía kantiana es un violento y apasionado discurso en favor de la autonomía del pensamiento, en favor de la libertad y en contra de toda forma de dictadura. Todas las filosofías antidogmáticas tienen que remitirse a Kant como su maestro.” [1] Expondré las razones de mi juicio apoyado en los conceptos procedentes de la filosofía de Kant que exploramos en clase, como el “uso público de la razón”, “orientarse en el pensamiento”, “límite”, “ilustración”.

          Antes de ofrecer mi opinión sobre la afirmación de Vásquez, permítaseme presentar algunos aspectos de su vida que me resultan fundamentales para introducirnos a la filosofía kantiana y su idea de razón.

Kant, lo que hace en primer lugar, es traer a la filosofía un procedimiento que se llama trascendental. La describe como la forma de reflexión que, a partir de la posibilidad se pregunta por la necesidad. Dado que “x” ya es posible, ¿cuáles son, entonces, los principios necesarios que lo sustentan? No trata de imponer un modelo de lo que sea racional o bueno, como muchos podrían pensar; lo que trata de hacer es reconstruir aquello que está en marcha. Es una especie de gramática, la cual reconstruye las reglas que ya están dadas y, así, muestra lo que ya existe. Y, ¿qué supone esta forma de hacer filosofía? Que pensar es juzgar, hacer juicios.

          ¿POR QUÉ UN DISCURSO VIOLENTO?

El primer adjetivo que Eduardo Vásquez da a la filosofía kantiana es el de “violento”. Mi juicio sobre esta característica tiene dos aristas que defender: la violencia que ejerce Kant desde sus planteamientos es, primero, una violencia discernida, basada en lo más hondo de la palabra “razón; y, segundo, dicha violencia, aunque se arraiga en el pensamiento para luego transmitirse en sus escritos o clases de universidad, puede tener consecuencias violentas en un mundo que no estaba del todo preparado para acoger estos razonamientos, resultando muchas veces revolucionarios.

          Según Kant tenemos ciertos tipos de juicios. Hacemos juicios sobre lo agradable, los cuales presentan un sentimiento personal, cuya validez, en este caso, es meramente individual y sus pretensiones están basadas en un estado de ánimo. Hacemos juicios cognitivos, que presentan el concepto de un objeto con pretensiones universales, basadas en las características del objeto. Hacemos juicios sobre lo bello/uso público de la razón, que presentan una disposición subjetiva, con la pretensión de una validez universal, basada en el reconocimiento de cualquier posible destinatario como alguien igual a nosotros. Y, en el fondo de todo esto, la gran pregunta que subyace es: ¿qué hacemos cuando juzgamos?

          Según Kant hay distintos niveles del pensamiento y este poseerá una estructura que está constituida por una normatividad. Las representaciones serán esos contenidos de nuestros estados mentales (lo percibido, recordado, lo deseado, lo esperado, lo temido, etc.). Los conceptos (en particular conceptos necesarios y universales), son los elementos universales que caracterizan y definen a cierto tipo de objetos). Los juicios serán esa cópula de conceptos. Al recurrir a la noción de juicio Kant transforma el propósito de la filosofía: la pregunta ya no es “¿es cognoscible el mundo por medio de nuestras representaciones?”, sino “’¿cuáles son las reglas mediante las cuales operan los conceptos a través de los cuáles nos referimos a representaciones?”. En fin, el propósito de Kant es presentar un “saber negativo”: trazar la frontera dentro de la cual son válidos los distintos usos de la razón. En esa medida, la crítica presenta y justifica la negación de un derecho. Lo que no hace Kant es examinar cuáles son de hecho los límites que encuentra la razón (“questio facti”). ¿Cómo llevar a cabo esta tarea? Para él, esto se realizará examinando cuáles son de derecho los principios que determinan al uso válido de la razón (“quiestio iuris”).

          Esto será sumamente violento en aquel entonces -que lo puede ser hoy también cuando predominan ideas e instituciones absolutistas-, puesto que preguntarse sobre nuestros juicios, es preguntarse por las bases que los fundamentan. ¿Por qué la monarquía reina de esta manera?, ¿por qué los discursos sobre igualdad o justicia están viciados y no tienen ninguna implicación pragmática?, ¿por qué hay exclusión en base a ideas sobre lo bello o lo que merece más atención? Esto cuestiona las bases de una sociedad que arrastra visiones precarias e infundadas que impiden la libertad y la universalidad, aspectos centrales en la filosofía de Kant.

          Kant, de esta manera, presenta una teoría sustentada en la razón como un tipo de actividad humana que tiene lugar en la relación social, no es la propiedad de un sujeto solitario. Por ello, podemos decir con Eduardo que sí hay una violencia ejercida por parte de estas ideas en el entorno del autor, una violencia con fundamentos sólidos y que, además, es capaz de transformar la sociedad, provocando choques ideológicos y estructurales.

¿POR QUÉ UN DISCURSO APASIONADO?

Si Kant no se hubiese sentido apasionado por lo que hacía y planteaba, no hubiera, definitivamente, dedicado tantos años de su vida a este proyecto de la “razón”. Su existencia, prácticamente, estuvo determinada por su horizonte de pensamiento y reflexión acerca de este asunto. Y es que él estaba convencido de que la razón es una actividad, la cual no podemos reducir a un contenido. Más bien, dirá, es un proceso mediante el cual se determina la validez de los contenidos.

          Y este proceso tiene una estructura: libertad y universalidad. Todo contenido tiene que ser ponderado por la crítica para así mostrar los fundamentos con base en los cuales pretende validez. Pero ese examen crítico tiene que ser universal: tiene que incluir la participación de la humanidad en su conjunto. La razón, en tanto estructura que articula la libertad y la universalidad, debe tener límites para continuar en su proceso. Los límites establecidos por el poder político son condiciones de posibilidad del uso público de la razón.

          EN FAVOR DE LA AUTONOMÍA DEL PENSAMIENTO

Kant retrata su visión sobre la autonomía del pensamiento en su texto “¿Cómo orientarse en el pensamiento?”, el cual es un escrito en el que participa en una polémica: la controversia Panteísta/controversia Spinozista. Y, ¿por qué es importante esta controversia? Porque es una crítica a la estructura interna de la ilustración. Para Jacobi, por ejemplo, es un hecho que los seres humanos nos orientamos en el mundo a partir de nuestra perspectiva finita: desde nuestros deseos, temores, expectativas. Y Kant, dirá que para Jacobi el spinozismo es la versión más radical, coherente y honesta de una filosofía basada en la razón. El pensamiento humano necesita de que se le dé un orígen, una finalidad. Jacobi, hace una crítica al spinozismo. El problema, según él, es que el spinozismo trabaja demasiado bien, aunque presente el mejor modelo de razón.

          En Kant viene esa transformación no sólo de juzgar la ciencia, sino la transformación decisiva de nuestro concepto de razón. Para Kant, la razón y la creencia son compatibles porque la razón es la que establece los límites y la forma en la cual es válida la creencia. La razón es la que predomina. La crítica en Kant es el medio a través del cual la razón establece sus propios límites. Y, la importancia de “¿Cómo orientarse en el pensamiento?” no está en su contribución a los debates de teología racional del siglo XVIII, sino en la manera en que lo hace: delimitando el espacio de la razón humana.

          EN CONTRA DE TODA FORMA DE DICTADURA

          Frente a la metafísica clásica, que pretendía hablar sobre la razón desde un observatorio neutral y desvinculado, Kant sostendrá que solo es posible delimitar objetivamente qué es la razón si se asume que la única perspectiva desde la cual se puede hacer esta tarea es desde la experiencia humana finita. ¿Por qué Kant se ocupa primordialmente de la validez?, ¿por qué validez y no verdad? La verdad es una correspondencia entre el pensamiento y la cosa. Si esto es así, ¿qué significa preguntarse por la verdad del pensamiento? Significaría comparar al pensamiento con un objeto exterior. Entonces no podríamos conocer aquello con lo que estamos comparando al pensamiento porque está más allá del pensamiento mismo.

          La metafísica es dogmática: supone que toda pregunta acerca de “x” es una pregunta acerca de “¿qué es ese x?”. Para la metafísica sí es posible acceder a ese plano más allá del pensamiento. Los objetos del pensamiento (Dios, cosmos, pneuma, substancia, etc.), están más allá de la experiencia.

          MAESTRO DEL ANTIDOGMATISMO

          Esto puede parecer contrario a la figura de un hombre apacible que nació y murió en la Königsberg de la cual nunca salió. Sin embargo, al observar la gran influencia de sus planteamientos, notaremos que los planteamientos posteriores a su trabajo están llenos de sus conceptos e ideas. La hermenéutica, por ejemplo, se pregunta cuál es el plexo de relaciones desde el cual algo puede ser comprendido como metal y no como otra cosa. ¿De qué manera la vida misma, entendida como este nexo de sentido, se organiza? Por eso, como han señalado numerosos investigadores, “Ser y tiempo” es un proyecto neokantiano. La hermenéutica que desarrolla Heidegger es un proyecto neokantiano.

          El trabajo de Kant es similar al trabajo que lleva a cabo el gramático, es decir, ¿cómo hablas?, ¿cuáles son las reglas implícitas que estás utilizando? Es lo que ocurre cuando Kant delimita el espacio de la razón humana. Solo puede hacerse a través de una orientación. La filosofía no descubre verdades ocultas, la filosofía nos orienta, describe cómo de hecho nos estamos orientando para dar ideas de una razón que se realiza.

          Kant plantea la pregunta acerca de cómo orientarse en el pensamiento de manera análoga a la pregunta por la unidad del espacio. Captar el espacio como un todo significa captar la diferenciación entre las distintas partes o regiones de ese espacio y la relación entre ellas.

          Adela Cortina señala que veamos que Kant no está hablando de verdad o falsedad, la verdad no es la cuestión fundamental para Kant, la cuestión fundamental es la validez. El concepto de “crítica” tiene en Kant una doble acepción. En un sentido fuerte, primario, nuestro autor entiende por crítica un método: el método propedéutico para toda filosofía, fiel a su misión, quiere ocuparse de los primeros principios del saber y obrar humanos, tiene que adoptar el método crítico como un paso previo a la organización de tales principios en un sistema, porque la crítica es el único procedimiento racional que permite distinguir con fundamento entre conocimientos válidos y conocimiento aparentemente válidos. La crítica, como método, alumbra la plataforma racional desde la que podemos juzgar acerca de la validez o invalidez de los principios, y que nos permitirá construir el sistema de todo saber posible.

          Evidentemente, una vez hallado el criterio que permite valorar cualquier conocimiento, la segunda acepción del término “crítica”, la acepción vulgar, se impone: el canon descubierto mediante el método crítico nos permite evaluar las pretensiones a validez de los principios propuestos por otros métodos filosóficos, por la tradición y por la autoridad. La crítica de libros y sistemas es también una tarea filosófica.

La crítica es una forma, en tanto forma de saber negativo, es también una forma de ignorancia. En ambos casos, no es que cuando hablamos de la llanura, que corresponde a los límites de la razón, estemos hablando de la ignorancia, y que cuando estemos hablando de la esfera de la frontera es que estamos hablando de hacer a un lado la ignorancia. En todo caso, los dos son formas de ignorancia. Al hablar de la llanura y de los límites, no sabemos qué pueda aparecer, lo único que constatamos es lo que hasta el momento ha sido el límite, el terreno al que la razón no ha podido acceder. En cambio, en la frontera, sabemos cuál es el terreno y los asuntos a los que no puede acceder la razón.

Esto es a lo que se llamará la Geografía de la Razón de Kant: Límites (Schranken) y Fronteras (Grenzen). Y, ¿qué es lo que quiere Kant con esto? Hacer posible a la Metafísica como ciencia. Esta se supone que es la explicación de la estructura básica de lo real. Y la ciencia nos permitirá un conocimiento justificado de los bordes (fronteras) constitutivas de la razón humana que sea capaz de dar cuenta de su propia fundamentación.

Y, ¿cómo hacer posible a la Metafísica como ciencia? Será por medio de la “crítica”. No basta con señalar los límites que de hecho tiene la razón (unos límites que el escepticismo de Hume ha señalado). La crítica expone las fronteras que son constitutivas de la razón. Sabe que las fronteras de la razón están objetivamente determinadas.

La negación del saber, parte de la finitud y se atiene a lo que aparece desde ella. La ignorancia es inevitable, porque es expresión de nuestra finitud (es el resultado de estar condicionados). Podemos constatar que hay terrenos en lo que, hasta el momento, nuestra razón no ha podido entrar (eso es lo que señala el escéptico). El saber negativo también parte de la finitud, pero trata de describir sus bordes necesarios y constitutivos. ¿Cuáles son las características y condiciones que necesariamente forman parte de nuestra finitud? Eso hace la crítica.

Podemos trazar la frontera total de nuestra razón. Es posible saber de derecho lo que sí puede hacer la razón. Saber negativo: podemos saber qué es lo que la razón es incapaz de hacer y de conocer. La crítica no trata de eliminar la ignorancia, trata de eliminar las ilusiones. Y la ilusión es la suposición de que podemos conocer algo porque se trata de un objeto.

SER CAPAZ DE MOVERNOS

          En conclusión, la afirmación de Eduardo Vásquez intenta describir en pocas palabras el ambicioso proyecto kantiano, en el que, como hemos apreciado, no se trata de que vayamos por la vereda que se nos antoje. Pero sólo puede captarse la relación entre las distintas regiones del espacio si uno es capaz de posicionarse en ese espacio. Esto significa ser capaz de relacionar las diferenciaciones del espacio (sur, norte) a las diferenciaciones del propio cuerpo (izquierda y derecha). La unidad del espacio significa ser capaz de moverse o actuar dentro de ese espacio de manera coordinada. Y ese espacio es la realidad que nos circunda y los hechos que todos los días impactan en nuestras vidas y que no debemos ignorar. Pero, cuando hagamos juicios sobre estos hechos, no habremos de hacerlo sin orientarnos en el pensamiento y desenmascarar lo que hay detrás.

                    Es importante decir que la filosofía kantiana no es solo un discurso violento y apasionado en favor de la autonomía del pensamiento…, es un proyecto, un aporte estructurado y extraordinariamente planteado de manera lógica que, después de dos siglos sigue teniendo una relevancia preponderante. Sus ideas perviven en nuestra sociedad y, en los actuales afanes de libertad y justicia, puede verse la construcción del razonamiento de Kant. Las luchas sociales y la toma de conciencia, por ejemplo, de nosotros como latinoamericanos por ahondar en la historia y realidad de nuestros pueblos, hace que nos remitamos a los planteamientos de Kant y reconocer que, en el fondo, hay un deseo de orientarnos en el pensamiento, analizar los juicios de parte de los actores y buscar formas de libertad y universalidad.

          Ahora, solo quiero compartir dos fragmentos de Orientarse en el pensamiento que me resulta muy grato releer, porque, a mi parecer, encarnan esa invitación apasionada que Kant hace a la humanidad para hacer valer los valores de la libertad y la universalidad. Todo en aras de ese Imperativo Categórico, como él le llamaba, y el cual no es otra cosa que un bien moral universal, que va más allá de la individualidad y del egoísmo:

          “Sin embargo, como la razón humana no deja jamás de tender hacia la libertad, ocurrirá, si la razón rompe alguna vez sus cadenas, que el primer uso de una libertad largamente inactiva degenere en abuso, en confianza temeraria en la independencia de su poder respecto de toda limitación y en persuasión del absolutismo de la razón especulativa”. (Pág. 127)

          “¡Amigos del género humano y de lo que es más sagrado en este género! Ya se trate de hechos, ya se trate de fundamentos racionales: admitid lo que os parezca más auténtico después de un examen cuidadoso y sincero. Pero no neguéis a la razón lo que hace de ella el bien supremo sobre la Tierra, el privilegio de ser la última piedra de toque de la verdad”. (Pág. 127)

          Ojalá nuestras luchas actuales se vean iluminadas por la razón y desconfiemos de las ilusiones modernas que nos empañan los ojos e impiden ver nuestros juicios con objetivamente. Y que, una vez conociendo sus ideas, reconozcamos su legado de siglos.  


[1] Eduardo Vásquez, Libertad y enajenación, Monte Ávila, Caracas, 1991, p. 44

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