El misterio y lo sagrado en la película: El niño que domó el viento.

Por Antonio Aguilera, SJ

El niño que domó el viento es una película del año 2019 dirigida por Chiwetel Ejiofor, quien a su vez actúa como el padre (Trywell Kamkwamba) de William Kamkwamba, nuestro niño protagonista. William vive en Kasungu, Malawi, y cuenta con la edad de trece años. Su familia está conformada por su papá, de quien ya hice mención; su mamá, Agnes Kamkwamba y su hermana Annie Kamkwamba. En el presente texto me propongo, en primer lugar, hacer una descripción contextual para después ahondar en el ámbito de lo sagrado y el Misterio, según lo que yo he podido analizar en la película y en base a los planteamientos de la Fenomenología de la religión.

            Nos encontramos, pues, con una familia que subsiste, al igual que toda la población, de la agricultura. Pero esta vez pasarán por una situación muy dura, puesto que sobreviene una hambruna. Jeremías, el hijo de Jhon Kamkwanba, después de la muerte de su padre se hace cargo de sus terrenos y decide vender los árboles que se encuentran allí, los mismos que evitaban que las lluvias inundaran las plantaciones. Camerún, el país vecino, se ha inundado y todo apunta a que habrá escases de granos. La familia de William ha guardado celosamente la cosecha pasada en una pequeña bodega.  El papá de William tiene esperanzas de que no sucederá lo peor y, junto con su esposa, deciden meter a William nuevamente a la escuela y este, una mañana, encuentra un uniforme planchado en su cama y lleno de entusiasmo sale vestido al patio y la familia se abraza, llena de alegría. Se reúnen bajo un árbol, fuera de la casa, y oran a Dios antes de compartir los alimentos, sentados alrededor de un petate.

             Es una familia feliz y soñadora, aun en medio de las luchas y carencias por las que pasan. La mamá conserva una actitud positiva y alienta a su hija a esforzarse por seguir en la universidad y entonces ser no solo una madre y esposa de hogar, sino que llegue a hacer cosas que no se espera que hagan las mujeres. Sin embargo, el profesor Kachigunda, quien le da clases de ciencias a William en la escuela, está enamorado de Annie, su hermana y la frecuenta a escondidas.

Lo sagrado vendrá a ser “la categoría con la que nos referiremos al peculiar mundo humano, al «ámbito de la realidad» en el que se inscriben todos los elementos que intervienen en la religión, que les confiere su condición de religiosos y que los distingue del orden o mundo de lo profano”.[1] En este sentido apreciamos en el filme varios aspectos que remitirán a dicha sacralidad. Al comienzo de la película apreciamos un grupo de personas con ornamentos llamativos, máscaras, plumas y realizan una danza. Es el tiempo justo en el que termina el verano y seguramente piden por la llegada de la lluvia.  Este grupo danzante aparece cuando el sacerdote está realizando la ceremonia de sepultura con la gente del lugar. La gente sonríe al verlos y sus miradas se fijan en la danza, como reconociéndose también en ellos.

Con la danza evidenciamos un comportamiento diferente al habitual y también en la ceremonia de fallecimiento. La vestimenta, los colores, los cantos y hasta el silencio junto a la tumba, hablan de una atmósfera sagrada. Encontramos también dentro de la casa de William, una cruz y, cuando se sientan a comer, vemos la comida en el centro y una posición cómoda por parte de cada miembro sobre el petate. Hay allí algo distinto, se agradece el alimento como un don venido de Dios. Por eso mismo la tierra será un lugar respetado, porque el hombre trabaja en ella para sobrevivir. Y el momento en el que Jeremías vende los árboles, los demás reaccionan con desprecio hacia él: no solo vende un montón de madera, sino un significado ancestral para todos, ya que esos árboles vieron crecer a sus antepasados, les dieron sombra, frescura y también les protegieron de las inundaciones.

William es un niño curioso. De hecho, repara radios y cuando él y sus amigos quieren escuchar un partido de fútbol y les faltan baterías, él se las ingenia para no perderse el juego. Pronto se da cuenta que su papá en realidad debe la cuota de la escuela y su cabeza llena de imaginación comienza a pensar en algo que pueda ayudar a sobrellevar la época difícil que se acerca. Un representante político llega al pueblo para hacer su campaña. Al frente del pueblo está un hombre viejo y sabio que toma el micrófono y después de alagar con sarcasmo al candidato a presidente de la República, dice una gran verdad: se han olvidado del pueblo y solo buscan sus intereses. Ese anciano es sacado, torturado y más tarde muere de la golpiza. William, mientras tanto, va al basurero del lugar para buscar entre la chatarra algo que le pueda servir. Encuentra una pequeña bomba, claramente en pésimo estado y una batería.

            Una de tantas noches, ve a su profesor de ciencias marcharse, bajo la lluvia, después de verse con Annie. Y mira, todavía con poca atención, la luz de la bicicleta. Más tarde, cuando se disponía con un amigo suyo a poncharle la llanta, se fijó en el mecanismo por medio del cual funcionaba el foco. Cuando daba vuelta la llanta trasera, movía un dínamo, el cual generaba la energía mediante imanes. Fue un instante iluminativo y podría decir que de Misterio.

En Velasco leemos que el “«Misterio» designa para nosotros la Presencia de la Absoluta trascendencia en la más íntima inmanencia de la realidad y la persona, a la que se refieren las variadísimas representaciones de lo anterior y superior al hombre a lo que remiten todas las religiones”.[2] En pocas palabras, es el Misterio el que determina el ámbito de lo sagrado. Y existen diversas formas de acceder al Misterio; pero, algo que sí está muy claro es que dicha experiencia de encuentro tiene una fuerte carga de perplejidad, admiración y anonadamiento.

            Todos ven con gran temor en el pueblo, que podrían morir de hambre. Y, en una escena conmovedora, la familia de William decide vender su techo de zinc en el mercado para comprar un poco de comida. Trywell quiere pedir ayuda a un viejo amigo suyo que trabaja en la venta de tabaco. Y éste lo recibe con un aparente entusiasmo. Quiere desviar la conversación utilizando falacias emotivas sobre su pasado de amistad. Pero Trywell lo calla y le dice seriamente: “Oye, solo necesito que me ayudes”. Su amigo se sorprende y bajando la mirada, le dice unas palabras crudamente realistas: “Olvida tus ahorros, olvida los árboles, cuando la lluvia pare y el sol regrese, Malawi deberá prepararse para una larga temporada de hambre”.

            El momento en que William contempla el funcionamiento del dínamo, se siente sobrecogido y todo parece volverse distinto y fuera de lo común. Y parece, en verdad, estúpido que algo tan pequeño pueda salvar una hambruna que se avecina. Y es que el Misterio tiene un poco de absurdo.

            Trywell desesperado un día sale con un grupo de hombres del lugar a exigir que no los dejen morir de hambre. Y esa tarde un hombre entró a la casa de ellos, le robó a Agnes la lata de harina que tenía en las manos y otros entraron a la bodega y se robaron la cosecha almacenada. La ruina había llegado al límite. La familia hubo de reunirse y decidir qué tiempo de comida comerían, pues solo tenían para comer una vez al día.

            De esta manera, la luz provocada por el dínamo era una esperanza, la única. Ahí desembocaban las oraciones y la danza. El Misterio se hacía presente a través de esa lucecilla y le dio un impulso inesperado a William para llevar a cabo su invento, a pesar de las contrariedades, pues sus amigos lo tacharon de tonto y su papá lo regañó y hasta le destruyó sus primeros intentos, exigiéndoles que mejor se pusiera a trabajar en lugar de jugar. “Querido Padre”, rezaban, “…lucha por esta familia, trae lluvia en la estación seca”.

            La escuela debió cerrarse debido a que no había alumnos que la pagaran y por lo tanto no había maestros dispuestos a dar clases. EL profesor Kachigunda se había llevado con él a Annie y Agnes le exigía al director le ayudara a encontrarla. Él se encontraba muy apenado por el asunto. De esta manera, y como una remuneración por ello, dejó que William tuviese acceso a la biblioteca y leyera sus libros sobre energía. Annie había conseguido de Kachigunda el dínamo de su bicicleta y se lo dejó a William, quien se puso manos a la obra.

Enfrentó a su papá para que le dejará usar las partes de la bicicleta. El perro de William, que tanto quería como a un amigo, murió de hambre y lo fue a enterrar. Su papá, luego reconocer su soberbia, fue y accedió a que utilizara la bicicleta. La mamá de William cuando habló con el director de la escuela, le dijo: “Yo quería ser una persona moderna y no rezar. Pero, aunque oraban por la lluvia, los antepasados sobrevivieron porque estaban unidos. ¿Cuándo estaremos unidos, Señor director?”. Ahora ese clamor se hacía vida: toda la comunidad se puso a trabajar al lado de William y levantaron postes para instalar un molino de viento, el cual daba vueltas a la llanta de la bicicleta, esta al dínamo, éste cargaba la batería y la energía de esta impulsaría la bomba que estaba conectada al pozo de agua. Y sucedió el milagro: el agua corrió por las tuberías improvisadas y se pusieron a sembrar sobre aquel terreno seco, que pronto estuvo húmedo y verde.

Al final de la película William tiene un nuevo cachorro, el maíz y otras plantas han crecido en la finca, la gente sonríe y, aunque le han ofrecido una beca para estudiar, William quiere quedarse a ayudar a sus papás. Pero Trywell le dice que estudie y no se detenga. Y se abrazan bajo el sol rojizo de esa tarde. La tribu danzante reaparece y baila como agradeciendo el milagro del agua. William sonríe.

            La experiencia de sacralidad y Misterio queda constatada a lo largo de la obra y de lo que no queda duda, es que le fe, el riesgo y la unión comunitaria hicieron posible la encarnación de lo trascendente, siempre revelándose en lo humano.


[1] Velasco, Juan Martín, Introducción a la fenomenología de la religión, para conocer las estructuras significativas del hecho religioso. Pág. 93

[2] Ibid. Págs. 125-126.

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