Por Antonio Aguilera, SJ
Desde hace algunos meses venido cayendo en la cuenta de mi grado de ignorancia respecto de la literatura africana. Puedo decir con absoluta seguridad que no conozco la literatura de aquel continente tantas veces olvidado. Recuerdo haber leído algunos textos o alguna novela escrita por misioneros que vivieron allá. Y el único texto escrito por un africano que recuerdo haber leído fue “Tras las huellas de mi padre”, cuando me encontraba en el noviciado en Panamá. Dicha obra, aunque la he buscado, no se encuentra en internet. Pero trata sobre un hombre africano que viaja a Europa y se siente confundido en medio de la opulencia occidental. Observa el lujo innecesario y ve la frialdad de las personas. Es entonces cuando descubre su ser africano. Reconoce la importancia de la comunidad en su pueblo y los valores tan sencillos como la amabilidad o el saludo. Me impactó ese libro, a pesar de no ser una obra de gran envergadura y sin tener las pretensiones de serlo, porque aprecié con más hondura el pensamiento del africano.
No sé si mi percepción esté errada, pero me atrevo a decir que la literatura africana ha sido muy poco difundida en Latinoamérica. Y es que antes de llegar a tener la influencia mundial que tuvo y tiene este continente, hubo de pasar por procesos muy parecidos a los de África que despertaron la vena literaria y se tradujo en poesía modernista, contestataria; novelas con carácter vernaculista y político hasta llegar al realismo mágico -un género cuyo precursor mayor fue García Márquez- y al deseo de cantar desde un lenguaje propio, una realidad propia y una cosmovisión también propia. África quizás se encuentra todavía gestando esa revolución literaria.
La revista Latitud 30 35 en Madrid le hizo una entrevista al ensayista y crítico literario congoleño Lnadry-wilfrid Miampika, y él reconoció lo siguiente:
“Senghor y Césaire -grandes poetas africanos- procuraban liberar al hombre negro de todos sus fantasmas, del sentimiento de desarraigo, del sentimiento de negación histórica del que hizo víctima Europa a África, recordemos que Hegel colocó a África en el limbo de la historia, y a pesar del sitio en que nos coloca Hegel, África tiene su lugar en la historia. La poesía enriquece la historia, ayuda a liberar al hombre negro, porque la descolonización en África y el Caribe fue preparada por los poetas de la Negritud, y esto hay que decirlo”.
El mundo debe conocer a más autores africanos y muchos estamos ansiosos de conocer esas voces. Recordemos que ya han ganado el nobel autores como el nigeriano Wole Soyinca en 1986, el egipcio Naguib Mahfuz en 1989 y la surafricana Nadine Gordimer en 1991. Pero existe toda una generación de escritores jóvenes esperando ser leídos en todo el mundo y alegrarnos con su canto.
En el poeta camerunés Paul Dakeyo, 1948, encontramos esa fuerza y fervor que son capaces de contener la historia en versos y adivinar un futuro distinto, al final:
África
África alma alterada
Cruzada por mil latigazos
Pesadilla
Ahogada en sudores fétidos
Sangre
Desmayo
Mi hambre
Mi sed
Mi cárcel muda
Mi grito perdido
Ahorcado
Inútil
Despedazado
Calabozo donde todo se fija
Palabra
Manifiesto
Revuelta
Mi esperanza.