Por Antonio Aguilera Flores, SJ
El sentido del humor forma parte de nuestra cotidianidad, y no es extraño que algo tan común lo releguemos a la esfera de lo que “ya se sabe”, y por lo tanto decidamos ahondar muy poco en sus raíces y el por qué de su existencia. En situaciones como las que vivimos actualmente con el Covid-19, podemos reconocer con facilidad el importante papel y a veces ignorado que juega en nuestras vidas el sentido del humor. Quizás ya habremos percibido, después de varias semanas de encierro que la atmósfera familiar o comunitaria en ocasiones se vuelve tosca y oscura. Y uno se puede preguntar ¿por qué? No hay duda de que cuando nos encontramos en actividad, nos movemos de casa y luego regresamos, ocurre en nuestro organismo la percepción de que cambiamos de sitio y que, por lo tanto, cambian nuestras emociones para adaptarse a cada lugar. Y que cuando regresamos a casa después de un día satisfactorio, somos capaces de alegrar a los nuestros con un chiste o una anécdota entretenida; pero que, al volver, después de un día cansado, se tienen pocas ganar de contar chistes. Pues bien, durante la cuarentena nuestro cuerpo no ha tenido la oportunidad de experimentar estos cambios de sitio, no ha existido el mismo movimiento de hace unos meses. Y hemos experimentado con ello que las conversaciones a veces se estancan y que un chiste puede salvar un almuerzo o una cena para que se torne agradable y el grupo reunido continúe una charla fraterna.
No he de exagerar, pues, si afirmo que el sentido del humor juega un papel tan fundamental en nuestra existencia, que, de lo contrario, sería mucho más amarga y complicada de llevar. Es sorprendente cómo en todas las culturas se encuentra este aspecto introyectado y manifestado de diversas maneras. Obviamente existen códigos culturales que modifican los comportamientos, por lo que, muy probablemente un austriaco al escuchar un chiste camerunés no lo entienda en absoluto y termine por soltar una risita ingenua y a medias, mientras los demás se ríen a carcajadas.
El humor, como la religión, la magia o el mundo de la fantasía infantil forman una realidad aparte, una parcela finita de significado. A estas parcelas finitas de significado se puede entrar y salir, voluntaria o involuntariamente, en el transcurso de la vida diaria. Cuando nos cuentan un chiste, asistimos a una comedia o leemos algo humorístico, estamos siendo trasladados a un mundo de significados propios que habitualmente contradicen los valores y normas de la vida cotidiana o realidad predominante[1]. Podríamos decir que quien cuenta un chiste se está revelando contra su contexto. Pensemos por ejemplo en Chaplin. En sus películas era muy claro que él conocía la realidad de sufrimiento y pobreza que vivían muchos mendigos y personas marginadas en medio de una sociedad capitalista y pujante hacia el desarrollo. Sin embargo, en medio de ese dolor es capaz de visibilizar a estas personas a través del humor. ¿Quién no ha gozado al ver una de sus películas? Y no necesitó hablar para hacernos reír. Sabíamos lo que nos quería transmitir a través de sus gestos y locuras. Tenía el genio de convertir en una joya lo que parecía desgracia; y convirtió en éxito lo que muchos considerarían fracaso. Pensemos en Cantinflas. Hablaba con el lenguaje del pueblo y era capaz de hacernos reír denunciando hondas injusticias.
El legado cultural, religioso y moral que La Biblia dejó a Occidente es inmenso y respecto de la risa tiene pasajes sorprendentes y reveladores. La palabra ‘sakhaq’ que significaba ‘risa feliz’, ‘desenfrenada’ e ‘iaag’ que hacía referencia a la ‘risa burlona’, ‘denigrante’. Es importante señalar que Isaac significa ‘risa’, es un nombre derivado de la palabra hebrea ‘iaag’[2]. Encontramos, además, rasgos impresionantes, en Génesis 18, 11-14: ‘Abraham y Sara eran ancianos de edad avanzada, y los periodos de Sara ya habían cesado. Por eso, ella rió en su interior, pensando: ‘con lo vieja que soy, ¿volveré a experimentar el placer? Además, ¡mi marido es tan viejo!’”.
El sentido del humor viene siendo, hasta cierto punto, una especie de profetismo. Un profetismo de la esperanza y de la justicia. En nuestras familias siempre hay un tío, un primo o un hermano que sale con alguna “pendejada” que nos alegra el día. Y aunque a muchos pueda parecer ofensivo -porque, de acuerdo a los tipos de personalidad, hay quienes no toleran los chistes o les incomodan-, si saca una risotada, la mayoría se mostrarán contentos.
Desde un punto de vista sociológico, el humor es un hecho social, lo cual quiere decir que es un fenómeno con las mismas características propias a todo fenómeno social: es universal (está extendido por la mayoría de los grupos y culturas), está condicionado socialmente (variables como la edad, el sexo, la religión, el país, los estudios etc. son determinantes en su aparición y formas) y ejerce cierta presión sobre el grupo: en todas las sociedades existen normas implícitas acerca de qué tipos de situaciones sociales son adecuadas para introducir el humor y en cuáles el humor o lo cómico puede ser mal recibido[3]. No es este un asunto novedoso, el humor existe desde hace miles de años. Sin duda, ha existido una evolución, pues a medida que avanza la historia los códigos de humor son modificados. Hoy, por ejemplo, en medio de una sociedad que privilegia el hedonismo y el consumismo, quizás el humor se ha visto encaminado hacia el fortalecimiento de estos dos aspectos, siendo utilizado como un medio para ensalzar dicha cultura. Es tarea nuestra, dar un enfoque más libre de estas cadenas neoliberales, al sentido del humor y reír en familia y con amigos sin intereses egoístas de por medio.
[1] https://copgalicia.gal/system/files/PDFs/publicacions/anuario_numero_11.pdf
[2] Camacho, Javier Martín, “La risa y el humor en la antigüedad”, 2003, disponible en: https://www.fundacionforo.com/pdfs/archivo14.pdf
[3] https://copgalicia.gal/system/files/PDFs/publicacions/anuario_numero_11.pdf