Por Antonio Aguilera Flores, SJ
«Hay tres estadios en el desarrollo espiritual, dijo el Maestro. El estadio carnal, el espiritual y el divino.
– ¿Cuál es el estadio carnal?, preguntaron impacientes los discípulos.
– Es cuando se ven los árboles como árboles y las montañas como montañas.
– ¿y el espiritual?
– Es cuando uno mira las cosas con mayor profundidad, y entonces los árboles ya no son árboles ni las montañas son montañas.
-¿Y el divino? –
¡Ah!, eso ya es la Iluminación, dijo el Maestro, soltando una risita. Es cuando los árboles vuelven a ser árboles y las montañas vuelven a ser montañas». Anthony de Mello
Es innegable que en el ser humano siempre ha existido un afán de profundidad muchas veces inexplicable. La vida pareciera sobrepasar nuestras intuiciones y aunque podríamos vivir largos momentos sin prestar demasiada atención a lo trascendente, pronto nos vemos envueltos en un deseo de ver más allá de lo real, de contemplar las cosas con una mirada distinta que lo ilumine todo. El arte nos ha permitido a lo largo de los siglos historizar este afán, y con no poca estupefacción, hemos quedado admirados ante muestras verdaderamente antiguas de dicha preocupación honda y sincera. En esta ocasión me propongo, pues, cincelar someramente las formas actuales que adquiere la búsqueda espiritual contemporánea. La búsqueda sigue siendo lo que nos une, lo que nos diferencia son las maneras en que realizamos esa búsqueda.
Al comienzo de este escrito cité uno de los cuentos del escritor de la India Anthony de Mello, reconocido por sus libros y conferencias sobre espiritualidad. En dicho texto, Mello relata la conversación que tienen el Maestro y sus discípulos, acerca de tres estadios en el desarrollo espiritual. Uno es el estadio carnal, otro el espiritual y otro el divino. Al parecer en el primer estadio vemos las cosas tal cual son, sin sorpresa alguna. Los árboles son árboles, las montañas son montañas, y, en fin, todo simplemente está frente a nosotros. En el segundo estadio eso que vemos ya no es lo que vemos, es decir, ni los árboles son árboles ni las montañas son montañas; todo adquirió una profundidad que provocó una mirada distinta, que transformó la realidad en nuestro interior y nos hizo capaz de lo trascendental. Y luego, el tercer estadio, el divino. Aquí aparentemente todo vuelve a ser como era. Sin embargo, ya ha ocurrido La iluminación. ¿Y qué es La iluminación? Según entiendo, la iluminación viene a ser ese estado en el que, después de haber pasado de una mirada simplista y, luego, de una más profunda, llegamos a un punto en el que somos capaces de ver la realidad tal como es, pero ahora podemos ver más allá, sorprendernos, interpretar y actuar sobre ella iluminativamente, es decir, acompañados de esa luz que nos ha proporcionado el detenernos, meditar y dejarnos abrazar por la universalidad de la fe.
No quiero ser del todo pesimista y decir que hoy ni siquiera parecemos encontrarnos en el primer estadio. Esa sería una afirmación errónea y apurada. Sabemos muy bien que el desarrollo espiritual es una cuestión personal. Sin embargo, ¿podríamos hablar de un desarrollo espiritual como sociedad? ¿Los valores morales y las actitudes éticas nos estarían dando una muestra del estado espiritual en el que nos encontramos como sociedad? o ¿no podemos reducir el punto espiritual en el que nos encontramos basándonos en juicios morales y éticos? Estas son preguntas que pueden provocar estudios más rigurosos. Pero, en este momento quiero mencionar algunas de las formas que nuestro mundo actual utiliza para encaminarse en esta búsqueda espiritual.
Vemos continuamente en los anuncios de la televisión y en internet que el bienestar y la felicidad son un producto más en el mercado. Nos quieren vender la felicidad en paquetes de Amazon y Ebay. Nos hacen creer que la plenitud tiene que ver con una alimentación balanceada, la cual sin embargo, es imposible de lograr con los alimentos enlatados y cubiertos de químicos que nos venden. Nos dicen que con una rutina en el Gym nuestros problemas se acabarán y con un cuerpo esbelto tendremos relaciones sociales placenteras y estables. Nos dicen que cierto producto de limpieza le dará a nuestro hogar la atmósfera perfecta para una vivencia armoniosa en familia. Y de esta manera el consumismo se ha exacerbado de manera monstruosa, y así mucha gente deposita su fe en esto que le han vendido y pronto se da de frente con que nada de eso basta. Otros buscarán en viajes al extranjero su felicidad, otras seguirán los pasos exactos que describen las revistas para lograr el equilibrio interior. Y, entonces, uno se pregunta ¿toda esa gente que no tiene acceso a esos medios está condenada a vivir una felicidad mediocre?, ¿el hecho de no comprar tal producto, no seguir ciertos tips para el equilibrio, no tener tal rutina, te convierte en un ser imposibilitado para la búsqueda espiritual? ¡Nada más lejos de esto! Y es que sucede lo contrario, cuanto más desapegados nos encontramos de las cosas, más liberados nos encontraremos para encontrar la paz y conquistar esa mirada profunda de la realidad.
Lastimosamente hoy día se confunde la estabilidad económica con estabilidad espiritual. En el cuento de Anthony de Mello no leemos en ninguna parte que necesitemos comprar alguna cosa para avanzar en nuestro desarrollo espiritual. La forma privilegiada, en nuestros días, de acceso a lo trascendental la encontramos en el hedonismo. Y no es que nuestros cuerpos, la belleza o el placer sean malos; al contrario, ello es parte de nuestra vida y nos puede plenificar. El problema radica en el aparato comercial que han desarrollado para confundir la búsqueda de placer (obviamente momentáneo y superficial) con la búsqueda de una vida espiritual gratificante y que nos lleve a enfrentar las dificultades cotidianas con valentía y fuerza interior. Ir al cine, asistir a este o aquel concierto, visitar esta tienda, este Mall, comprar este producto, hacer dos minutos de yoga con cierto tipo de ropa, leer este libro, etc. No podemos reducir la búsqueda espiritual a esto. Y no tengo dudas en que siempre hay personas que se revelan ante estas formas de búsqueda estériles, y, sin tanta publicidad se encaminan hacia una espiritualidad profunda y divina.