Búsqueda de lo universal en las culturas

Por Antonio Aguilera, SJ

Cuando las culturas antiguas de la humanidad hacían referencia, de muy diversas formas, al carácter cíclico de la existencia, lo que querían, a mi parecer, era lo mismo que nosotros queremos hoy día también: dar explicación a los sucesos que acaecen en nuestro diario vivir. No pocas veces la vida puede tornarse absurda en la vida de un ser humano. Es muy fácil, de pronto, mostrarse apático, ante todo, cuando antes tal vez hubo felicidad. Nos molesta que nuestros planes se vean truncados y damos cabida a la desesperación cuando algo aparece en nuestro camino sin esperarlo. Y es normal. ¿Cómo juzgar, por ejemplo, en estos días en los que la pandemia ha dejado a miles de personas sin empleo, a un padre que reniega de la vida porque no tiene cómo llevar comida a su hogar? ¿Cómo juzgar a la señora de la esquina que vendía tortillas que reniega porque hoy no tiene la misma clientela de antes? Hay situaciones duras que nos llevan inevitablemente a pedir una explicación. Lo curioso es que casi siempre son los eventos aparentemente negativos, los que nos mueven a buscar porqués. Es extraño que alguien que vive un momento de plenitud, se detenga a preguntarse insistentemente por el motivo de su felicidad. Generalmente es un sentimiento que se vive y ya, se goza y se gusta sin buscarle demasiadas explicaciones. En cambio, el dolor, la pérdida, el desastre o la carencia nos arrastran con fuerza a ir más allá de una respuesta superficial.

            Los textos que he leído últimamente sobre la cultura oriental me han impactado. Creo que nunca me había acercado con el debido respeto a estas visiones distintas a la mía, aunque no tan distintas si presto la debida atención. Y a esto quiero hacer referencia. Es decir, como seres humanos, sin duda, nos encontramos conectados por esta naturaleza que nos circunda y nos ha ayudado a lo largo de la historia a descubrir y relacionar nuestro interior con ella. Es indiscutible que buscamos la felicidad, el equilibrio, el estar bien, el prever los acontecimientos, en pocas palabras, el vivir de acuerdo con nuestros ideales de lo que debería ser una existencia plena y que valga la pena vivir. Todos, ansiando esto, hemos avanzado por caminos distintos, pero con muchos puntos de coincidencia que solo evidencian una búsqueda universal. De Shakyamuni, se cuenta que “al salir de uno de sus palacios acompañado por su cochero, tiene sucesivamente los ‘cuatro encuentros’ decisivos, primero un anciano abandonado por los suyos, luego un enfermo, después un cortejo fúnebre y por último un renunciante, un asceta que abandonó las prerrogativas de su casta, su lugar en el mundo, para ir en busca de la liberación”.[1] Lo que mueve al que será después el fundador del Budismo, es una contemplación profunda de la miseria humana, que trastoca sus entrañas. Y eso lo hace ir en aras de lo que también buscaba el asceta que encontró: la liberación. Y ¿qué es la liberación? Es evidentemente un camino hacia el rompimiento de los ciclos de la existencia, Nirvana. Y dos de los de las ‘cuatro nobles verdades’, me llaman la atención: la vedad sobre el dolor (en la que se establece que aun lo que se considera placer o felicidad será en resumidas cuentas dolor, pues contribuye a apegar al ser al ciclo de las existencias) y la verdad sobre la supresión (que representa la posibilidad de poner término al ciclo de los nacimientos y de las muertes que es sostenido por la producción del acto).[2] Y me llaman la atención porque para los budistas más allá de contentarse con una explicación sobre el dolor o la vida, lo que pretender es una supresión. Apagar todo lo que conlleva la vivencia pasada y futura para fundirse en una eternidad sin dolor ni ciclicidad.

            Encontramos que en china se practicó con gran relevancia en el pasado la escapulomancia, de la cual se valían los adivinos no para razonar sobre lo divino: “razonaban sobre los signos que les pueden permitir pronosticar el futuro…con el objeto de sacar de ello una semiología de lo favorable y de lo desfavorable”.[3] Aquí vemos un afán por la precaución, por entender el presente para evitar caer en un futuro desfavorable, o al menos estar preparados para ello. Resulta realmente conmovedor que nuestros esfuerzos estén dirigidos a esto. Lo cual quiere decir que no hay una conformidad estática. Al parecer nunca hemos estado ni estaremos contentos de por vida con todo lo que nos pasa. Buscamos siempre, utilizando todos los medios que no son necesarios, el estar bien. Y si lo estamos, buscamos cómo asegurar el mañana. Pero no todo depende de nosotros.

            Escribo esto en medio de uno de los desastres más grandes en los últimos veinte años de la historia hondureña: el huracán Eta, que ha dejado más de 44,000 familias sin un hogar y que ahora viven en albergues o en escuelas, cuando han pasado días sobre un techo a la espera de una lancha que les salvase del hambre y la sed. El último desastre natural que ocasionó una desgracia parecida fue el huracán Mitch. Se dice que, a cada veinte años, de forma cíclica, ocurre un desastre natural parecido. Lo cual quiere decir que la naturaleza necesita regenerarse. Guatemala y Nicaragua también sufrieron devastadoras consecuencias. Y claramente uno se pregunta: ¿por qué? Y quizás sea esta una pregunta válida, en primer lugar, porque nos debería llevar a encontrar soluciones futuras y actuar aprendiendo de los errores pasados. Si podemos disminuir el sufrimiento de los más vulnerables mediante las respuestas a esta pregunta, pues hay que ahondar en ella. Pero, sobre todo, lo que no deja de impresionar es cómo en medio de tanto sufrimiento surgen iniciativas de solidaridad entre el mismo pueblo. Aunque los gobiernos nos desamparen, el amor que nos tenemos como pueblo supera cualquier barrera.


[1] Robert, Jean Noel, El budismo: historia y fundamentos, Pag. 325

[2] Ibid, Pág. 328

[3] Vandermeersch, León, Confucianismo, Pág. 421

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