Misión-testimonio(reflexión)

  •       Por Antonio Aguilera Flores
              

No podemos ignorar que la humanidad avanza a pasos agigantados en su camino hacia la modernización, hacia la comodidad en su plenitud, hacia una vida más fácil en donde todo depende de pequeños momentos de placer; sin embargo, tampoco podemos ignorar que, mientras pocos gozan de este derroche insaciable, muchos se ven resignados a trabajar como bestias por un salario insultante, sufriendo el robo de sus tierras, la debastación de bosques, la privatización del agua y todo para que a los primeros no les falten sus lujos. Por lo tanto la palabra “evangelización”, en nuestros dias, no puede desligarse de la palabra “justicia”. ¿Podemos hablar del Reino de Dios cuando desoímos las calles impregnadas de llanto? Un llanto silenciado por gobiernos autoritarios que amenanzan, a toda hora, con desaparecer a los subversivos, a los que reclaman sus derechos, a los que defienden la vida, a los que se parecen a Jesús. ¿Cómo interpreta el Papa Francisco la misión evangelizadora dirigida a los jóvenes y a los pobres, en nuestro tiempo? Será esa la pregunta que mueva los hilos de las siguientes páginas para profundizar, de esa manera, en el hondo sentido de la revolución liberadora a la que nos invita el Papa, con un enfoque urbano, ya que las personas que viven en las ciudades, generalmente, se encuentran alejadas de la fe, de la Iglesia, y por lo tanto, los jóvenes crecen sin escuchar siquiera de Dios, o se forman una imagen distorcionada, producto del capitalismo. Es en las ciudades donde se observan las mayores desigualdades sociales: centros comerciales rebozantes de quienes buscan distraerse gastando dinero, y afuera, hombres y mujeres descalzos, hambrientos, sucios, olvidados y excluídos.

Desde mi posición de joven hablo, y desde mi posición soy consciente de dos cosas: la primera es que Cristo se manifiesta en la Iglesia; la segunda, que la Iglesia muchas veces se encarga de mostrar a un Cristo ajeno al evangelio, ajeno a la palabra que proclamó, a la que nos acerca realmente a él. Cuando hablamos de misionar, estamos, también, hablando de testimonio; es decir, no podemos desligar lo que anunciamos, de lo que vivimos. Y, para ello, es necesaria una fuerte y decidida consciencia de Dios, no la del todo-poderoso, la del Dios de la prosperidad, sino la de un Dios Padre, misericordioso, amante del pobre, del niño, de la prostituta, del enfermo, de la viuda, y crítico de la injusticia, del clericalismo, del poder, del autoritarismo. Nos embriagan de liturgia, de oración, de incienso, nos muestran una Iglesia del poder, del imperialismo; pero se olvidan de hablarnos de miseria y desigualdad. Y el Papa Francisico entiende muy bien esto cuando nos dice: “El espíritu de clericalismo es un mal presente también hoy en la Iglesia y la víctima es el pueblo, que se siente descartado y abusado”. 

¿Cuál es el auténtico significado de “misión”? La RAE nos ofrece, entre otras acepciones, dos que pueden ayudar a nuestro trabajo: 1.“Acción de enviar” y 2. “Poder, facultad que se da a alguien de ir a desempeñar algún cometido”. Si prestamos atención a estos conceptos, advertimos, en definitiva, que la misión no depende solamente de quien la realiza; más bien, todo lo contrario, de quien la manda a realizar. No hay enviados, si no hay antes quién los envíe, y esto nos lleva a afirmar que el enviado debe –si hablamos de un auténtico misionero- estar comprometido en cuerpo y espíritu con la obra que realizará, y, por ende, con aquel o aquella que le haya delegado una tarea, puesto que, si no es así, la “misión” se desarrollará a medias, o será un verdadero fracaso.  Entendemos, entonces, por qué, en ocaciones, las misiones que emprendemos no producen los efectos que esperamos. Somos ciegos, o nos negamos a aceptar, que nos falta compromiso. Evangelizar a los jóvenes y a los pobres en los días presentes, debe comprometernos con Jesús de la misma manera con que los discípulos lo hicieran. 

En nuestras parroquias hemos de desarrollar programas adecuados para los jóvenes, programas que se salgan del molde tradicional y por fin nos atrevamos a darle la oportunidad a la juventud de expresarse sin temor a ser tildados de “pecadores”. En las ciudades existen muchísimas formas de distracción, de pasarla bien; también hay ofertas para ganarse la vida fácil, sin necesidad de estudio, formando parte de maras, redes de narcotráfico, sicariato, etc.; por lo tanto, no podemos imaginar una Iglesia dormida, huidiza de los asuntos sociales, centrada nada más en el templo. La evangelización urbana no debe ignorar la violencia que se gesta en los barrios empobrecidos, la cual acapara la población joven, y la arrastra a muertes tempranas. 

En su primer encuentro con los periodistas tras resultar elegido en el cónclave, el Papa Francisco ya dijo: “!Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”.  ¿Cómo lograr una Iglesia pobre y para los pobres? ¿De quiénes depende? ¿Qué medios utilizaremos? Una Iglesia pobre es aquella que camina al lado de los pobres, que da a los jóvenes el papel que merecen para llevar a cabo dicha misión, que utiliza los talentos de todos los que la conforman. Pero luego, podemos preguntarnos: ¿cómo se camina al lado de los pobres? Solo podemos caminar con los pobres haciéndonos como ellos, si nos sentamos a escucharles, y los vemos como a iguales y no desde una mirada altanera, si luchamos contra aquellos que les oprimen.

Hablar de evangelización implica actualización, movernos al son de los tiempos, sin dejar, por ello, de ser Iglesia. No podemos, en definitiva, vivir estancados en añoranzas medievales, en ideas meramente espiritualistas en las que lo nuevo trae consigo el pecado. Dejemos a los santos ser santos de sus épocas, que ellos supieron serlo según supieron escuchar la voz de Dios en su presente, y tomemos de ellos lo mucho de bueno que nos han legado, y ojalá les imitásemos en aquello que resulte beneficioso para nuestro tiempo. Pero, y lo repito, ya no podemos estancarnos en una Iglesia de señores y señoras cultos, devotos, inmaculados, lejanos. Como parte fundamental que somos del cuerpo de Cristo debemos reflejarlo compartiendo nuestra fe con el excluído. Y ¿quiénes son los excluídos? No hace falta más que ver quiénes, cuántos, qué rostro llevan, y qué dicen y reflejan cada uno de los que ocupan las bancas del templo. ¿Vemos jóvenes, pobres o solo adultos y ricos arrogantes? ¿son muchos o pocos? ¿hay rostros alegres o rostros amargados? En la conversación ¿se dice bien de los que conforman la Iglesia, o se habla de testimonios flojos? ¿Se refleja a Dios? 

Solemos llenarnos la boca diciendo que hay que evangelizar, cuando, quizás, somos nosotros los que necesitamos evangelización. Como dice el Papa “hay que salir a las calles”, y eso significa apoderarnos primero del evangelio en nuestras vidas, para luego proclamarlo en todas las manifestaciones posibles, sin juzgar, sin herir, sin excluir. Y, no pocos han experimentado, que al evangelizar a los pobres nos equivocamos: son ellos quienes nos evagelizan con su vida, su testimonio, su entrega sacrificada. Alguien que no se ha hecho pobre con el pobre no ha experimentado el poder de “la pobreza de espíritu”. Desde una oficina, desde un auto, desde la lectura, desde la meditación, desde el encierro, jamás podremos vivir el único y auténtico sentido de misión: imitar a Jesús. En una sola ciudad, así como hay algarabía y derroche, hay sufrimiento, llanto y abandono. El actual mandato de la Iglesia –y el de todos los tiempos- es el de amar, y ese amor le debe llegar al joven, al pobre, de manera también actual y sincera.

Deja un comentario